La copa es una parte esencial en la cata de un vino. Aunque pueda parecer que el contenido es lo único que importa, el continente también juega un papel fundamental. Por ejemplo, a las propiedades del espumoso le sienta bien una copa alargada. Sin embargo, el vino tinto necesita espacio para oxigenarse y respirar. Cada copa con su vino.
Vino Espumoso. Este tipo de vino, estilo champán, necesita una copa denominada ‘de flauta’. Una copa alargada que retiene su carbonación. De esta forma el sabor del vino no se dispersa y la sensación burbujeante se mantiene más tiempo.
Vino Blanco. La típica copa de vino blanco es un redondeada pero más pequeña que la de tinto. Su tazón (la parte donde se vierte el vino) tiene una forma de U. Al ser una copa pequeña, y a la que no le entra demasiado aire, mantiene la temperatura fría del vino. Recordamos que el vino blanco debe tomarse a baja temperatura para que mantenga todo su sabor.
Vino Tinto. Dentro de esta tipología hay una gran amalgama de copas a su vez. Pero su característica más diferencial es que tienen un cristal mucho más fino y su tazón es más amplio. El cristal fino permite que el vino se deslice mejor. Por su parte, la anchura del tazón nos permite sumergir la nariz en busca de aromas. Además, permite que el vino se oxigene.
Vino dulce. Este vino se sirve con el postre y debe ser tanto o más dulce que éste. La copa para el vino dulce debe ser más pequeña y con una apertura menor. Es un vino para disfrutar con tranquilidad en la sobremesa, sin prisas y a pequeños sorbos.
Existen infinidad de tipos de copas, pero estas son las principales características comunes de las mismas en cada tipología de vino. Además existen dos bastantes peculiares que nos gustaría resaltar: el catavino, típico del Fino de Jerez y las cuncas de Albariño gallego, unas cerámicas con forma de cuenco.